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martes, 13 de diciembre de 2011

Domingo 4° de Adviento



"NO TEMAS, MARÍA, PORQUE HAS HALLADO GRACIA ANTE DIOS. VAS A CONCEBIR Y A DAR A LUZ UN HIJO Y LE PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS. ÉL SERÁ GRANDE Y SERÁ LLAMADO HIJO DEL ALTÍSIMO; EL SEÑOR LE DARÁ EL TRONO DE DAVID, SU PADRE, Y ÉL REINARÁ SOBRE LA CASA JACOB POR LOS SIGLOS Y SU REINADO NO TENDRÁ FIN.

YO SOY LA ESCLAVA DEL SEÑOR, CÚMPLASE EN MÍ LO QUE ME HAS DICHO." 

Lc 1, 26-38

En el camino del Amor perfecto.

<< Soy la Inmaculada Concepción. Soy su Madre, toda hermosa. Soy la Mujer vestida de sol.
Porque sin sombra de pecado, ni siquiera del original, del que fui preservada por singular privilegio, he podido reflejar integro el designio que el Padre tuvo en la creación del universo.
Así he podido dar al Señor, de manera perfecta, la mayor Gloria. Porque toda bella y llena de gracia, el Verbo del Padre me escogió como su morada e, inclinándose sobre mi extrema pequeñez, con divino prodigio de Amor, descendió a mi seno virginal, asumió su naturaleza humana y se hizo mi Hijo amadísimo.
Así me he convertido en verdadera Madre de Jesús y verdadera Madre suya.
Y porque soy verdadera Madre suya, Jesús me ha confiado la misión de engendrarlos continuamente en Él, conduciéndolos por el camino del Amor, de la Gracia Divina, de la Oración, de la Penitencia, de su interior conversión.
En esta lucha cotidiana contra Satanás y contra el pecado, mi puesto es el de Capitana vencedora.
Soy hoy la Mujer vestida de sol, que combate contra el dragón rojo, y su poderoso ejercito.
Jesús espera el momento de instaurar, por medio de ustedes, su Reino de Amor, para llevar a cabo el Querer del Padre de manera perfecta.
Retornará así toda la creación a su original glorificación de Dios…
Caminen con la mayor confianza. Caminen en pos de la Luz de su Madre Inmaculada.
Los recubro con mi mismo esplendor, los revisto de mis virtudes, los marco con mi sello, les revelo los secretos de la Divina Sabiduría, los conduzco cada día por el camino del Amor Perfecto.
La Santísima Trinidad recibe hoy alabanza y gloria por sus labios, mis pequeños.
Son la alegría más profunda de mi Corazón Inmaculado: ustedes son ya parte de mi victoria.
A todos, hoy, los ilumino, los protejo, los consuelo y los bendigo.>> 

"OYE Y TEN ENTENDIDO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE ES NADA LO QUE TE ASUSTE Y AFLIGE; NO SE TURBE TU CORAZÓN; NO TEMAS ESA ENFERMEDAD NI OTRA ENFERMEDAD Y ANGUSTIA. ¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTAS BAJO MI SOMBRA? ¿NO SOY YO TU SALUD? ¿NO ESTAS POR VENTURA EN MI REGAZO? ¿QUÉ MÁS HAS DE NECESITAR?...

...TU MADRE DE GUADALUPE, QUE TE AMA


lunes, 12 de diciembre de 2011

Música en la Tilma Guadalupana



Signos de la Virgen de Guadalupe



—Beato Juan Pablo II (México, enero de 1979).
¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.

Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena felicidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver e Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra. Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.



Solo por este día...



Dios, te doy gracias por este día. Sé que aún no he logrado todo lo queesperas de mí y si esa es la razón por la cual me bañas en el fresco rocío de otro amanecer. Me siento muy agradecido.

Estoy preparado, al fin, a hacer que te sientas orgulloso de mí.

Me olvidaré del día de ayer, con todas sus pruebas y tribulaciones, con todos sus agravios y sus frustraciones. El pasado ya es un sueño del cual no puedo recuperar ni una sola palabra ni borrar ningún acto imprudente. Sin embargo, tomaré la decisión de que si el día de ayer lastimé a alguien a través de mi imprudencia o mi irreflexión, no dejaré que el día de hoy el sol se ponga sin rectificar y nada de lo que haga este día tendrá mayor importancia.

No me preocuparé por el futuro. Mi éxito y mi felicidad no depende de que me esfuerce en adivinar lo que acecha débilmente en el horizonte, sino en hacer, el día de hoy, lo que claramente tengo al alcance de la mano.

Atesoraré este día, puesto que es todo lo que tengo. Sé bien que sus horas que se deslizan apresuradas no pueden acumularse ni almacenarse como un valio­so grano, para su uso futuro.

Viviré como lo hacen todos los buenos actores cuando están en escena. . . sólo en el momento. No pude desempeñarme al máximo este día lamentan­do los errores de mis actos previos, ni preocupándome por la próxima escena.

Abordaré las tareas difíciles de este día, me quitaré el saco y levantaré polvo en el mundo. Recordaré que mientras más ocupado esté, menos probabilidades tendré de sufrir, más apetitosos serán mis alimentos, más dulce mi sueño y más satisfecho me sentiré con mi lugar en el mundo.

El día de hoy me liberaré de la esclavitud del reloj y del calendario. Aun cuando planearé este día con objeto de cuidar de mis pasos y de mis energías, empezaré a medir mi vida en hechos, no en años; en pensamientos, no en estaciones; en sentimientos, no en los números sobre un cuadrante.

Estaré consciente de lo poco que se necesita para hacer de éste un día feliz. Jamás buscaré la felicidad, porque la felicidad no es una meta, es sólo un producto secundario y no hay felicidad en tener o en recibir, sólo en dar.

No huiré de ningún peligro con el cual pueda tropezar el día de hoy, porque estoy seguro de que no me sucederá nada de lo que no esté equipado para manejar con tu ayuda. Así como toda gema se pule por medio de la fricción, estoy seguro de que yo seré más valioso a través de las adversidades de este día y si tú me cierras una puerta, siempre me abres otra.


Viviré este día como si fuese Navidad. Seré un repartidor de dones y les daré a mis enemigos el don del perdón; a mis oponentes, el de la tolerancia; a mis amigos, con una sonrisa; a mis hijos, el de un buen ejemplo; y todos esos rega3os irán envueltos en un amor incondicional.

No desperdiciaré ni siquiera un preciado segundo del día de hoy con sentimientos de cólera, de odio, de celos o de egoísmo. Sé que las semillas que siembro son las que cosecharé, porque cada acción, buena o mala, siempre va seguida de una reacción igual. El día de hoy sólo sembraré las buenas semillas.

Trataré al día de hoy como si fuese un inaprecia­ble violín. Una persona puede sacarle notas armoniosas y otra, notas discordantes y, no obstante, nadie puede culpar al instrumento. La vida es la misma y si la toco correctamente, producirá belleza, pero si la toco con ignorancia, producirá fealdad.

Me condicionaré a mí mismo para considerar todos los problemas con los cuales tropiece el día de hoy como si no fuesen otra cosa que un guijarro en mi zapato. Recuerdo el dolor, tan severo que apenas po­día caminar y recuerdo mi sorpresa cuando al quitar­me el zapato encontré sólo un grano de arena.

Trabajaré con el convencimiento de que nunca se ha logrado nada grande sin entusiasmo. Para hacer cualquier cosa digna de hacerse, no debo retroceder tembloroso, pensando en el frío y en el peligro, sino saltar hacia adelante con entusiasmo y salir adelante tan bien como pueda hacerlo.

Me enfrentaré al mundo con las metas que me he fijado para el día de hoy, pero serán metas fáciles de alcanzar, no esa variedad tan vaga e imposible que declaran todos aquellos que han hecho una carrera del fracaso. Me doy cuenta de que siempre me pones a prueba primero con un poco, para ver lo que haría con mucho.

Jamás ocultaré mis talentos. Si guardo silencio, seré olvidado, si no avanzo, retrocederé. Si el día de hoy me aparto de mi desafío, mi propia estimación quedará cicatrizada para siempre y si dejo de crecer, aun cuando sólo sea un poco, me empequeñeceré. Recha­zo la posición estacionaria porque siempre es el principio del fin.

Conservaré una sonrisa en mi rostro y en mi corazón, incluso si algo me duele el día de hoy. Sé que el mundo es un espejo y que me devuelve el reflejo de mi propia alma. Ahora ya he comprendido el secreto para corregir la actitud de los demás, y es corregir mi propia actitud.

El día de hoy me alejaré de cualquier tentación que pudiese obligarme a faltar a mi palabra o a perder el respeto hacia mí mismo. Estoy seguro de que lo único que poseo más valioso que mi vida es mi honor.

Este día trabajaré con todas mis fuerzas, satisfecho por saber que la vida no consiste en revolcarse en el pasado o en atisbar ansioso hacia el futuro. Me causa consternación contemplar el sinnúmero de dolorosos pasos mediante los cuales uno llega a una verdad tan antigua, tan obvia y que se expresa con tanta frecuencia. Cualquier cosa que me ofrezca, poco o mucho, mi vida es ahora.

Haré una pausa siempre que el día de hoy sienta lástima de mí mismo y recordaré que es el único día que tengo y que debo aprovecharlo al máximo. Tal vez no logre reconocer lo que mi parte pueda signifi­car en el gran todo, pero estoy aquí para jugarla y ahora es el momento de hacerlo.

Contaré este día como una vida separada.

Recordaré que todos aquellos que tienen menos cosas de qué arrepentirse son aquellos que aceptan cada momento tal y como se presenta y por todo lo que vale.

¡Este es mi día!

Estas son mis semillas.

Gracias, Dios mío, por este preciado jardín del tiempo.

OG MANDINO

Domingo 3° de Adviento



"HUBO UN HOMBRE ENVIADO POR DIOS, QUE SE LLAMABA JUAN. ESTE VINO COMO TESTIGO, PARA DAR TESTIMONIO DE LA LUZ, PARA QUE TODOS CREYERAN POR MEDIO DE ÉL. EL NO ERA LA LUZ, SINO TESTIGO DE LA LUZ." JN 1, 6-8.19-18


La niña de mis ojos.


<< Hago descender desde mi Corazón Inmaculado torrentes de Amor y Misericordia sobre todos ustedes, sobre la Iglesia y sobre esta pobre humanidad. 


Como en mis ojos permanece impresa la imagen del pequeño Juan Diego, a quien me parecí, también ustedes están impresos en los ojos y en el corazón de su Madre Celestial.

Son la niña de mis ojos, porque son mis más pequeños hijos, completamente consagrados a Mí, y así sobre ustedes Yo puedo derramar toda la ternura de mi Amor Maternal. 

Son la niña de mis ojos, porque se dejan conducir por Mí con tanta docilidad. Ustedes me escuchan, secundan mis peticiones, camina por la senda que Yo le he trazado, y así, por medio de ustedes, Yo puedo realizar el gran designio del triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo.

Son la niña de mis ojos, porque a través de ustedes Yo puedo difundir la Luz de la Fe en los días de la gran apostasía, el perfume de la Gracia y de la Santidad en el tiempo de la gran perversión y la fuerza victoriosa del Amor en la hora de la violencia y del odio.

Son la niña de mis ojos, por el gran amor que tienen a Jesús Eucarístico. Con que Alegría los miro, cuando van ante el Sagrario a dar a Jesús su homenaje de amor, de adoración y de reparación. 

En el tiempo en que Jesús Eucarístico está rodeado de tanta indiferencia, de tanto vació, ustedes difunden las solemnes horas de adoración eucarística, rodean a Jesús de flores y de luces como signo indicativos de su Amor y de su piedad.

Son la niña de mis ojos, porque son sencillos, pobres, humildes y así me aman con todo el candor de su corazón de niños. Por eso comenzarán mi gran victoria contra todas las fuerzas masónicas y satánicas para el mayor triunfo de mi Hijo Jesús.

Con todo mi Amor de Madre, consolada y glorificada por ustedes, los bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.>>


martes, 6 de diciembre de 2011

Domingo 2° de Adviento


"Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo lo he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo." Mc 1, 1-8


<< Contemplen hoy el esplendor celestial de su Madre Inmaculada y déjense atraer todo tras las onda de mi suave perfume.

Soy la Inmaculada Concepción. Soy toda bella: tota pulchra. Soy el Tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad, donde el Padre es perennemente glorificado, el Hijo perfectamente amado y el Espíritu Santo plenamente poseído.

Soy la puerta que se abre para su salvación. Mi misión materna es la de prepararlos a recibir a mi Hijo que viene. 

- Abran las puertas a Cristo.

Jesús vino a ustedes el día de su nacimiento terreno; por medio de Mí su Madre Virginal, para ser su Salvador y su único Redentor. Contémplenlo con pureza de corazón y con una mirada de amor en el momento que nace de Mí, es depositado en un pesebre, experimenta el rigor del frío y del hielo de un mundo que lo ignora y lo rechaza.

Este pequeño niño que llora es Dios con nosotros, es el Redentor del mundo, es el único Salvador. Sin Él es imposible para el hombre encontrar la Salvación.

- Abran las puertas a Cristo.

Abran las puertas de su mente, para acoger con humildad y con docilidad su Divina Palabra. En la tiniebla profunda que envuelve las mentes de una humanidad inmersa en el error, sólo su Palabra les trae la Luz de la Verdad. Hagan resplandecer en el mundo el anuncio de su Evangelio. 

Cumplan la misión que les ha sido confiada de una nueva evangelización. Lleven también su Palabra a los pobres, a los pecadores, a los enfermos, a los presos para que puedan caminar todos en la Luz de la Verdad.

- Abran las puertas a Cristo.

Abran las puertas de su alma, para acogerlo de una manera digna, en el momento en que se comunica bajo las especies de la Eucaristía. Es Jesús en su Persona Divina, con su Cuerpo Glorioso y su Divinidad, a quien reciben, cuando se acercan a la Santa Comunión.

Deben preparar en sus almas una morada que sea digna de Él. Por esto los invito a huir del pecado, a no dejarse poseer por el pecado, para vivir siempre en la Gracia y en el Amor de Dios. 

Su alguna vez les ocurriese la desgracia de caer en el pecado mortal, es necesaria la confesión sacramental antes de recibir la Comunión Eucarística.
Hoy mi Corazón sangra al ver como se difunden cada vez más comuniones sacrílegas a causa de muchos que se acercan a recibir a Jesús en la Eucaristía en estado de pecado mortal, sin confesarse.

Por lo tanto que sus almas estén llenas de Gracia y de Santidad, de tal manera que reciben a Jesús de modo digno cuando se da a ustedes en el Sacramento de su Amor.

- Abran las puertas a Cristo.

Abran las puertas de su corazón, para que puedan acogerlo con la fuerza de su amor. Jesús los lleva a la perfección del Amor. Él ama en ustedes, por medio de ustedes su amor se derrama a todos.

Por medio suyo su Caridad Divina se dilata y así los convierte en instrumentos del triunfo de su Amor Misericordioso.

- Abran las puertas a Cristo.

Abran las puertas de su vida a Cristo cuando volverá en el esplendor de su Gloria. La vida cristiana debe estar siempre orientada a esta espera. Por esto los invito a vivir en la Confianza y en una gran Esperanza. 

Déjense llevar entres los brazos de su Padre Celestial con abandono filial. Entonces cada día de este tiempo doloroso será vivido por ustedes en la serenidad y en la alegría.

Porque los sufrimientos del mundo presente no son comparables a la Gloria que les espera, cuando Cristo se manifieste y ustedes lo verán tal como es; en el fulgor de su Divino Esplendor.>>

Domingo 1° de Adviento


"VELEN Y ESTÉN PREPARADOS" Mc 13,33-37


<< Inicien este período de Adviento Conmigo, Hijos. Inmersos en mi Luz inmaculada, que se difunde por doquier como aurora, para anunciar la venida de Cristo, dispónganse todos a recibir con alegría al Señor que viene. Prepárense bien a la Santa Navidad.

Prepárense Conmigo a vivir la memoria liturgica de su nacimiento, en la paz, en el silencio, en la estremecida espera. En este tiempo de preparación se acreciente en la fe, se ilumine la esperanza, se fortalezca la caridad, se haga más intensa su oración.

Prepárense Conmigo a la venida de Jesús, que cada día se realiza en el misterio de su real presencia Eucarística y bajo los despojos humanos de cada persona que se encontréis. Este cotidiano encuentro con Jesús debe convertirse para ustedes en una gozosa y perenne Navidad.

Abran sus almas a recibir el don de su Gracia y de su Amor. Abran de par en par las puertas de sus corazones para ofrecerle una cálida morada de amor, cuando viene para darse personalmente a cada uno de ustedes en el momento de la Comunión Eucarística.

Ilumínense sus mentes, para saberlo reconocer siempre bajo las frágiles y dolorosas semblanzas de los pequeños, de los pobres, de los enfermos, de los necesitados, de los alejados, de los marginados, de los oprimidos, de los perseguidos, de los moribundos.

Prepárense Conmigo a su glorioso retorno. En estos tiempos debo preparar a la Iglesia y a toda la humanidad a su cercano retorno en gloria. Por esto mi presencia entre ustedes se hará cada vez más fuerte, y mi Luz se hará aún más intensa, como la aurora cuando alcanza su cima y da paso al sol, que aleja del mundo todas las sombras de la noche.

Aléjense de la tenebrosa noche de la proclamada negación de Dios y de la obstinada rebelión a su santa Ley, para disponerse a recibir el radiante sol del "Emmanuel", de "Dios con nosotros".

Aléjense de la noche del pecado y de la impureza para prepararse a recibir al Dios de la Gracia y de la Santidad.

Aléjense de la noche del odio, del egoismo y de la injusticia para correr al encuentro dle Dios del amor y de la paz.

Aléjense de la noche de la incredulidad y de la soberbia para prepararse a la venida de Jesús en la fe y en la humanidad.

De ahora en adelante, verán hacerse más potente mi luz hasta alcanzar el vértice de su esplendor, que se refleja en todas las partes de la tierra.

Cuanto más se difunda, por doquier la Luz inmaculada de su Madre Celeste, tanto más la humanidad y la Iglesia estarán preparadas a recibir al Señor que viene.>>


lunes, 5 de diciembre de 2011

Adviento


Tiempo de Adviento 2011

El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico y empieza el domingo siguiente de la fiesta de Cristo Rey, el 28 de noviembre.
Término: Adviento viene de adventus (latín), significa : venida, llegada, termina el 24 de diciembre por la mañana. Forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.
Color: En este tiempo se utiliza el color morado.
Sentido: El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.

Duración: 4 semanas

1. ¿Qué es el Adviento?
Es el tiempo litúrgico marcado por las cuatro semanas antes de Navidad, en las que centramos nuestra mirada en la espera y preparación de la venida de Jesucristo. 

No se trata de hacer como una ficción consistente en simular que Jesús todavía no ha venido a nuestro mundo, e imaginarnos que somos la gente del Antiguo Testamento que esperaban la llegada del Mesías. Jesús ya vino hace dos mil años, y con su venida ha transformado nuestra historia y nuestra vida. Somos sus seguidores y hemos recibido su Espíritu para ser continuadores de su obra. ¿Qué quiere decir entonces, esperar y preparar su venida? Quiere decir varias cosas: en primer lugar, significa revivir la venida histórica de Jesús, quiere decir mirar hacia atrás, hacia ese acontecimiento trascendental sucedido hace dos mil años y revivirlo con toda la intensidad. Por eso en el Adviento nos preparamos para celebrar, con toda intensidad ese hecho decisivo para nuestra salvación: Dios se ha hecho hombre, ha venido al mundo a vivir como uno de nosotros, ha entrado en nuestra historia para librarnos del pecado y del mal, ha asumido nuestra naturaleza humana, nuestra carne, y ha hecho de ella vida plena, vida divina. Adviento significa en segundo lugar celebrar y abrirse a la venida constante de Dios, de Jesús, a nuestras vidas y a la vida de la humanidad, venida que se realiza ahora, en cada momento. El tiempo del Adviento nos ayuda a tener presente que Dios viene constantemente a nuestras vidas, a través de los acontecimientos y de las personas con que nos encontramos a diario. Todo hombre y toda mujer, todo acontecimiento que sucede es una llamada que nos hace Dios, una presencia de Dios que nos interpela. Finalmente, en el Adviento celebramos una tercera venida del Señor: es su última venida, la venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegará a término nuestra historia humana y entraremos para siempre en la vida de Dios. Este es el horizonte final de nuestra existencia: compartir con toda la humanidad la vida plena de Dios. Jesús vendrá entonces y transformará definitivamente nuestro mundo y nuestras vidas para que sean para siempre vida de Dios, Reino de Dios.

2. Las actitudes del Adviento
Las actitudes interiores que mejor nos preparan a esta venida se pueden expresar de la siguiente manera:



Mantenerse vigilantes en la fe, en la oración, en una apertura atenta y disponible a reconocer los “signos” de la venida del Señor en todas las circunstancias y momentos de la vida, y al final de los tiempos. Por la fe percibimos y reconocemos la presencia de Dios en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea litúrgica y en el testimonio de cada uno de los bautizados. La vigilancia nos pone en guardia ante el mal que nos acecha y nos invita a poner nuestra confianza en Dios que nos salva y nos libera de ese mal y que pasa por nuestras cosas.

Andar por el camino trazado por Dios, dejar de andar por caminos torcidos: “convertirse” para seguir a Jesús hacia el reino del Padre.

Andar por el camino trazado por Dios, dejar de andar por caminos torcidos: “convertirse” para seguir a Jesús hacia el reino del Padre.

Dar testimonio de la alegría que nos trae Jesús salvador, junto con la caridad afable y paciente hacia los otros; estar abiertos a todas las iniciativas que busquen el bien común, a través de las cuales ya se construye el Reino de Dios.

Profundizar en el espíritu de oración: el Adviento invita a vivir más intensamente el espíritu de oración. Acercarse más al Señor que viene, desear su venida, poner ante él la debilidad de nuestra condición humana, reconocer que sin él no podemos hacer nada, compartir con él la vida que hemos vivido y descubrir en ella su presencia, compartir con él nuestras alegrías e ilusiones. Sin espíritu de oración, todo el camino de espera de la venida del Señor sería una cosa externa a nosotros, no llegaría a nuestro interior. Todo el Adviento tiene que ser vivido como un levantar el corazón a Dios, para que penetre muy adentro en nosotros su presencia salvadora.

Conservar un corazón pobre y vacío de sí mismo, imitando a san José, a la Virgen y a san Juan Bautista, los otros “pobres” del evangelio, quienes precisamente por ser así, supieron reconocer en Jesús al Hijo de Dios, venido a salvar a todos los hombres y mujeres. El Adviento también es tiempo de conversión, es reconocer que necesitamos de él. Implica una actitud de hambre y de pobreza espirituales, hambre de ser liberados de las opresiones y esclavitudes del pecado. Pobreza que nos lleva a sentirnos necesitados de Aquel que es más fuerte que nosotros. Disposición para acoger cada una de sus iniciativas.

Participar en la celebración eucarística durante el Adviento, significa acoger y reconocer al Señor que siempre viene a estar en medio de nosotros, seguirlo por el camino que conduce al Padre, para que con su venida gloriosa al final de los tiempos, él nos introduzca a todos juntos en el Reino, para ”hacernos tomar parte de la vida eterna”, con los bienaventurados y santos del cielo. El Adviento es tiempo propicio para escuchar la Palabra de Dios que nos invita a estar alerta: “Tengan cuidado: no se les eche encima de repente ese día y queden al margen.”

Despertar los sentimientos de alegría, esperanza y paz, aun en medio de las dificultades. Esta actitud va muy unida a la vigilancia. La segunda venida del Señor nos da alegría y paz y alimenta nuestra esperanza, mientras caminamos en este mundo. Porque sabemos que, pase lo que pase, siempre tenemos la confianza de que Dios nos ama y nos acoge a todos, pero especialmente a los pobres y a los que más han sufrido, y nos dará una vida nueva que nadie nos nos podrá arrebatar, no sólo individualmente sino a todos, porque todos los hombres y mujeres, la humanidad en colectivo, estamos llamados a la vida de Dios.

Actitud misionera: es hacer presencia de Cristo en el mundo. El hombre busca ansiosamente su razón de existir. A pesar del avance de la tecnología que ha facilitado mucho las comunicaciones, el hombre no ha llegado todavía al coloquio fraterno. Cada vez se siente más necesitado de la comunidad que se establece entre las personas. El cristiano debe ser signo de fraternidad y comunión, y testigo de Cristo en un mundo que, tentado por el progreso técnico y por el humanismo, a veces quiere emanciparse de Dios.

Cultivar la virtud de la paciencia: los primeros cristianos pensaban que la segunda venida del Señor se realizaría muy pronto y que ellos serían llevados, aún con vida, hacia la vida definitiva. Con el paso del tiempo al ver que esto no ocurría, los apóstoles y los responsables de las comunidades fueron descubriendo que había que tomar otra actitud: hay que pasar de la tensión del que espera el fin inmediato del mundo que dé seguidamente la salvación a la actitud de considerar la vida en este mundo como un camino hacia la plenitud que un día llegará. Es cierto que el Señor viene, que está cerca, pero no sabemos exactamente cuándo se manifestará definitivamente (cf. St 5,7-8; Mc 4,26-29; Mt 13,24-30).

3. Las dos partes del tiempo del Adviento

Un aspecto importante del Adviento es que litúrgicamente está dividido en dos partes. Esto se nota principalmente en la distribución de las lecturas. a. La primera parte del Adviento es la que va desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre. Durante todo este tiempo, lejos aún de la preparación de la Navidad, las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: la venida salvadora al final de los tiempos, la venida salvadora ahora, cada día, y la venida salvadora que tuvo lugar hace dos mil años. 

Estos tres aspectos se mezclan y son enfocados por las lecturas de los profetas y de los evangelios. Los primeros días del Adviento (hasta el miércoles de la segunda semana), el centro de interés de las lecturas está en unos textos tomados del profeta Isaías, leídos como primera lectura. Los oráculos de Isaías nos van guiando en la espera de la vida nueva de Dios que el Mesías viene a traer. Como complemento, el evangelio nos presenta un conjunto de escenas de la vida de Jesús que muestran que las profecías de Isaías se van cumpliendo en las palabras y los hechos de Jesús.

A partir del jueves de la segunda semana, el personaje principal de las lecturas es Juan Bautista. Desde este día hasta el 16, se leen trozos del evangelio en los que aparece Juan Bautista o se habla del significado de su misión como precursor del Señor.
b. La segunda parte del Adviento

Al llegar el día 17, cambia la escenografía del Adviento. Esta última semana se concentra en la preparación de la Navidad. El día 17 se dejan las lecturas que se venían haciendo según el orden semanal y se empieza el nuevo orden de lecturas que va según el número del día (17 de diciembre, 18..., etc.) Esta semana guarda una cierta semejanza con la Semana Santa que concluye la Cuaresma y conduce a la Pascua. Por eso algunos la han llamado “la semana santa que prepara la Navidad”. La liturgia invita a vivir estos días con mayor alegría, guiados por los personajes que vivieron con tan de cerca el acontecimiento del nacimiento del Mesías: María, José, Zacarías, Isabel, etc.

Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús: se lee primero el capítulo 1 del evangelio de Mateo, luego las escenas del capítulo 1 de Lucas. Así se puede contemplar toda la preparación inmediata del cumplimiento de las promesas de Dios. Esas promesas de Dios, que se habrían de cumplir en Jesús, se leen en los pasajes del Antiguo Testamento, como la primera lectura.
La Liturgia de las Horas también contiene muchos elementos que preparan para la Navidad.

4. Los cuatro domingos del Adviento

Los cuatro domingos del Adviento son la columna vertebral que ayuda a la vivencia de este tiempo. El domingo sentimos de manera especial que lo que vivimos a diario entra en contacto personal y comunitario con el Señor. Hay toda una pedagogía para vivir el tiempo del Adviento desarrollada progresivamente a lo largo de los cuatro domingos: el primer domingo se centra la atención sobre todo en la venida gloriosa del Señor al final de la historia para llevar a cabo la consumación de su Reino. El segundo y tercer domingos, el interés se centra el Juan el Bautista y nos apremian a preparar el camino del Señor, a estar atentos a su venida constante. El cuarto domingo se centra en la preparación de la fiesta ya muy cercana de la Navidad: María es la figura central, y su espera es el modelo y estímulo de nuestra espera. Ese itinerario está complementado por las primeras lecturas: en los tres primeros domingos, las primeras lecturas recogen las grandes esperanzas de Israel, y en el cuarto domingo también conducen junto con el evangelio a las promesas más directas del nacimiento del Hijo de Dios. Los salmos por su parte cantan la salvación del Dios que viene o son plegarias que piden su venida o su gracia renovadora. Las segundas lecturas,tomadas de las cartas de San pablo o demás cartas apostólicas, exhortan a vivir la venida del Señor.
Una buena manera de vivir el Adviento será dedicar cada semana un rato a reflexionar sobre estos textos, sobre todo, las lecturas del domingo correspondiente. A continuación se presenta un esquema de las lecturas de estos días.



jueves, 18 de agosto de 2011

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI


Para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011

“Arraigados y edificados en Cristo, 
firmes en la fe”(cf. Col 2, 7)

Queridos amigos:

Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes, venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes, ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia. Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.

1. En las fuentes de vuestras aspiraciones más grandes

En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, “encerrados” por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio –como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia–, se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.

Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.

2. Arraigados y edificados en Cristo

Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes, quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir tres imágenes: “arraigado” evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; “edificado” se refiere a la construcción; “firme” alude al crecimiento de la fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones, desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes.

La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo» (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar… En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.

Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48).

Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.

3. Firmes en la fe

Estad «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.

El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías que lo ignoran, considerándolo “necedad” (1 Co 1, 23), muestran sus límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.

Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el “sí” de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.

4. Creer en Jesucristo sin verlo

En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).

También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.

Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».

5. Sostenidos por la fe de la Iglesia, para ser testigos

En aquel momento Jesús exclama: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles. Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).

En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: «¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5, 5). La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.

6. Hacia la Jornada Mundial de Madrid

Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.

Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su “fiat”, su “sí”, recibió el don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno en la oración y os bendigo de corazón.

Vaticano, 6 de agosto de 2010, Fiesta de la Transfiguración del Señor.
BENEDICTUS PP. XVI

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