La Oración de Jesús.
La infancia de Jesús contada por Lucas hace suponer que pertenecía a una familia piadosa (cap. 1-2). En el capítulo 4º de este mismo evangelista (v. 16) se nos dice que volvió a Nazaret, donde se había criado, y como era su costumbre entró en la sinagoga el día de sábado... Los judíos, en tiempos de Jesús, hacían oración tres veces por día: al amanecer, a media tarde y al anochecer. Algunos subían al templo a orar, mientras otros lo hacían en sus casas, lugares de trabajo, allá donde se encontraban. En dicha oración recitaban el «Shemá» y el «Thephillab». Hay frases en Jesús -«escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor ... » (Mc 12, 29-30), «el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob... » (Mt 11, 25)- que pertenecen a las oraciones rituales de los judíos. Todo ello hace suponer que Jesús las conocía, las decía, que había recibido, por tanto, una educación religiosa.
Una mención especial requiere la estancia de Jesús en el desierto. Tras pasar por el Bautismo de Juan, y donde parece ser Jesús experimenta una mayor llamada a ejercer la misión mesiánica del Siervo de Dios anunciada por Isaías (Mt 3, 16~18), Jesús se retira al desierto, donde pasará un largo tiempo clarificando su vocación mesiánica y la forma de llevarlo a cabo. Jesús no se limitaba a las oraciones rituales del pueblo, que era mayor el tiempo que dedicaba a la oración. Jesús presenta en el evangelio una libertad frente a las costumbres establecidas, aplicable igualmente a la oración.
En su conversación con la samaritana critica la forma cultual ritual («Llega la hora en la que los verdaderos adoradores no adorarán al Padre en Jerusalén -en el templo-, sino en espíritu y en verdad ... » Jn 4, 23), llega incluso a echar por tierra todo el montaje del templo (Mc 11, 15~19) y critica la forma hipócrita de orar de los fariseos (Mt 6, 5). Su misma postura al rezar, elevando los ojos al cielo, y no como lo hacía la piedad popular (mirando hacia el templo), es un dato más que revela su libertad en la oración.
En tiempos de Jesús, cada grupo religioso tenía su oración típica, una especie de formulario que completase las oraciones tradicionales. Los discípulos de Jesús, sabiendo que ya lo tenían los discípulos de Juan Bautista (Lc 11-, l), solicitan a Jesús que les enseñe cómo tienen que orar los hombres del nuevo Reino que va a venir. Entonces, Jesús les enseña el «Padre Nuestro» en la lengua materna (arameo), no en el lenguaje oficial (hebreo).
En esta oración Jesús resume todo lo que constituyó su predicación, comenzando con una invocación muy propia de Jesús, «Abba» (papaíto). De esta forma Jesús se separa de las costumbres piadosas no sólo por la forma, sino también por el contenido de su oración.
Los evangelistas que nos presentan continuamente orando a Jesús, sin embargo en muy pocos relatos nos describen el contenido de su oración, tan sólo en Jn 12, 27-28 (resurrección de Lázaro), Mt 11, 25-26 (acogida del reino por los pequeños), Jn 17 (oración sacerdotal), Mc 14, 36 (oración en Getsemani), Mc 15, 34 y Lc 23, 46 (oración en la cruz).
Apoyándonos en estos textos, y otros tantos en que Jesús hace alusión a la necesidad de la oración, podemos conocer el contenido del mismo, que lo describimos con estos cinco puntos:
a) La oración es para Jesús expresión de su verdad, de lo que él «está viviendo»: da gracias gozosamente al Padre, se queja de su abandono, llora, grita, suplica por los suyos, alaba y canta a su Padre. por todo lo que está realizando entre los hombres.
b) Oración dirigida al Padre. Exceptuando la oración en la Cruz, en todas las demás oraciones, Jesús se dirige a Dios llamándole «Padre».
b) Oración dirigida al Padre. Exceptuando la oración en la Cruz, en todas las demás oraciones, Jesús se dirige a Dios llamándole «Padre».
Destaca la familiaridad y confianza con que Jesús se dirige a su Padre. Jesús ve en Dios a un padre atento al sufrimiento humano, un padre que es amor creador y liberador. Es en la Cruz donde esta confianza adquiere su grado más alto. Jesús agoniza en un vacío y una soledad dramática. Acude angustiosamente a Dios pero no recibe ninguna respuesta. Sin embargo, Jesús asume hasta el final su misión y muere confiado en su Padre (Lc 23, 46).
Invocar a Dios como Padre supone situarse uno mismo como Hijo ante El. Ser hijo, por otra parte, significa sentirse partícipe de la misma familia que su padre. Orar como Jesús es descubrir con gozo y responsabilidad nuestra identidad de hijos de Dios.
Situarse como hijo ante Dios, exige reconocerse hermano con los hombres. Por eso, orar como Jesús lleva a crecer en fraternidad, en solidaridad, en perdón.c) Orar al Dios de los pequeños. Para Jesús Dios no es un Padre neutral, sino alguien que se pone de parte de los injustamente tratados. Jesús entendió que su Padre le encomendaba una misión de liberación (Lc 4, 16-21) en favor de los desheredados de la tierra. Por ello Jesús se dirige en la oración al Dios de los pequeños, de los pobres. Los que oran con el espíritu de Jesús, oran por los pobres y con los pobres.
d) Buscando la voluntad de su Padre. Jesús se dirige a un Padre que quiere reinar entre los hombres para liberarlos definitivamente. Jesús se entrega personalmente a esta causa. La oración de Jesús es anhelo, búsqueda de ese Reino, búsqueda de la «voluntad de Dios», «qué quieres, Señor, que yo haga», la oración del Padre nuestro «hágase tu voluntad ... », de Getsemaní «no se haga mí voluntad...» y de la cruz «todo está cumplido ... », son buena muestra de ello.
e) La acción de gracias al Padre, porque su reino de salvación se está dando ya entre los hombres, constituye otra de las características de la oración de Jesús. Podemos comprobarlo en la resurrección de Lázaro (Jn 12, 27-28) y en este otro texto conocido de Mateo (11, 2526) donde Jesús da gracias al Padre porque su Reino ha sido acogido entre los pequeños de la tierra.
El desierto, lugar de encuentro con Dios
Hoy hacen faltas personas con experiencias de Dios. Cristianos acostumbrados a ver la realidad completa, también en su cara invisible. Cristianos que lean creyentemente los acontecimientos que viven y en los que están embarcados. Cristianos que sean “contemplativos en los caminos” (J. Maritain)
El cristiano ha de encontrarse inmerso en el desierto de la ciudad, de la historia, de la vida. “Ellos se quedan en el mundo y no te pido que los saques del mundo” (Jn 17,11.15). El cristiano está llamado a ser luz en la ciudad: “La lámpara no es para esconderla, sino para que alumbre a su alrededor” (Mt. 5,15). Hacen falta luces en el sendero, faros indicadores, puntos de referencia. Baterías vivas que se dejan chupar y consumir la luz acumulada en silencio, en contemplación, pero que se cargan continua e imperceptiblemente en la misma entrega.
1.- Ir al desierto.-
“Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura” (Dt 8,15).
Te invito a entrar en una experiencia de Jesús en el desierto: en soledad de comunión, en el silencio del encuentro, en la presencia amorosa de Dios en ti, y la tuya en Él. El desierto te expone, en desnudez total, ante el misterio de Dios que envuelve. Nada ni nadie podrá interferir tu encuentro, “lo verás cara a cara, y llevarás su nombre en tu frente” (Ap 22,4).
El desierto es el lugar del despojo del propio yo. La inmensa aridez que te rodeará, hará desaparecer de ti todas aquellas cosas que no son imprescindibles en tu vida. Desnudará tu alma, y te despojará de todo, incluso de lo que consideras como más amado. Te acercará al encuentro con Dios, porque la vaciedad en la que vivirás, te hará plenamente disponible para Él, postrado ante el misterio insondable de su voluntad.
El desierto es indispensable para todo aquel que busca a Dios. El desierto te libera, te deja desnudo delante de Él, te ayuda a comprender las cosas desde dentro, desde otra perspectiva que todo tiene en Dios. En el desierto la oración se simplifica mucho: descubres que orar es ser simplemente tú, ante Él. Porque nada ni nadie te condiciona, te limitarás a estar, en la transparencia de tu realidad ante Dios, al que buscas porque lo añoras, con un amor cada vez más fuerte. Y aprendes a vivir con un amor confiado, abandonado, en medio del desierto, y sumergido en el mar del Amor... consumido por su agua. El Pueblo de Israel caminó por el desierto durante cuarenta años. Moisés vivió en él antes de acoger la misión que Dios le quería confiar. Jesús fue al desierto para enfrentarse a los cuarenta días de tentación y de prueba, en los que se preparó para la predicación del Reino, después de haber vivido en la plena voluntad del Padre que lo había enviado al mundo, para ser Palabra visible y cercana del Amor Salvador de Dios. María vive sus años de Nazaret, en el silencio de una vida oculta en la sencillez de lo cotidiano, como un tiempo largo de desierto en el que se prepara para acoger el misterio del proyecto de amor del Padre para ella, en el Espíritu. Pablo cruza el desierto en el camino de conversión a Damasco. Allí experimenta la fuerza de la luz que, deslumbrándole, le hace caer del caballo e iniciar un intenso proceso de conversión.
El desierto también es indispensable para ti. Será un tiempo de gracia, ya que es una etapa por la cual ha de pasar todo aquel que quiera dar fruto en Dios. Descubrirás la necesidad del silencio, de la interiorización y de la renuncia a todo lo superfluo, para que Dios pueda construir en ti su Reino y hacer crecer, en cada uno, el espíritu interior, la vida de intimidad con Dios, en el diálogo directo con Él. El Espíritu que te ha conducido al desierto, hará que puedas dar fruto, en la medida en que tu ser interior se deje convertir al Amor.
En el silencio de María, en el abandono confiado en las manos del Padre, en la comunión sincera y cordial con los hermanos, "manteniendo tu mirada en Jesús", entra en el camino interior del desierto, porque necesitas andar por sendas de paz y de encuentro hacia el océano de Amor que es Dios.
Tu camino se desenvuelve habitualmente en un entorno de actividad, más o menos intensa. Desde tu opción por Jesús se supone que lo vives todo en una perspectiva de fe. Ahora, se te va a pedir que te reencuentres con el núcleo central de tu opción de vida, que es Él, y en una actitud de amor, vives en disponibilidad tu relación fraterna, y el don que haces de ti mismo en la cotidianeidad de tu tierra. Todo ha de ser expresión de un mismo y único amor que se vive en ti.
El objetivo en este mes, en esta experiencia espiritual, es sencillo y claro: En la serenidad y en la paz, busca el silencio. Reencuéntrate con la unificación interior en Él. Tu camino se desenvuelve habitualmente en un entorno de actividad, más o menos intensa. Desde tu opción por Jesús se supone que lo vives todo en una perspectiva de fe. Ahora, se te va a pedir que te reencuentres con el núcleo central de tu opción de vida, que es Él, y en una actitud de amor, vives en disponibilidad tu relación fraterna, y el don que haces de ti mismo en la cotidianeidad de tu tierra. Todo ha de ser expresión de un mismo y único amor que se vive en ti. En él vives en la armonía y el equilibrio interior, en la paz y la serenidad del alma.
Es el corazón de la vida, es el alma del silencio: abres tu vida al Misterio del proyecto de Dios para ti. En el silencio, el Espíritu correrá el velo que lo cubre. Déjate guiar por Él. Porque el encuentro con el amor, muchas veces, se hace en una ruta de pura fe, en el que, aunque no lo sientas, estás viviendo en la ruta del amor. De este amor que vives y experimentas en tu encuentro “cara a cara” con el Señor Jesús, nacerá como un manantial de agua que, después, revertirá en bondad, comprensión, compasión y ternura en tu relación con los demás.
En el itinerario de tu corazón hacia Dios, el desierto será indispensable para ti. Entra en él, a pie descalzo, disponible para encontrar la voluntad de Dios para ti, en el misterio del Reino. Para ello, has de:
“Hoy es el tiempo que puede ser mañana” Atención a la armonía de cada instante, a la óptica con que se vive, sin esperar que nos llegue el futuro. Atentos al hoy y al aquí. Hay que estar atento a cada acontecimiento, a cada persona o grupo humano con quien estamos. Ser capaz de analizar todo con rigor y seriedad, vigila durante todo el día y a toda hora (Mc. 13, 32-33). Debes procurar estar atento los momentos de gracia, a las luces que brotan en la acción y que vienen cuando, como y de donde menos se esperan.
El superficial, el rutinario, el disperso o atolondrado no podrán hacer lago camino por el desierto. Son incapaces de hondas raíces y en el desierto el agua está siempre en la profundidad.
Presentes en todo, pero libres de todo. Pablo dice magistralmente: “los que tienen mujer pórtense como sin o la tuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que gozan, como si no gozaran…” (1 Cor 7,30-31). “l “como sino no” de Pablo es un grito de libertad. “Para ser libres, os llamó el Señor” (Gal 5,1). El contemplativo es una persona libre. Libres en un actuar despegado, más allá de su fruto.
Si es verdadera, la contemplación nos va haciendo más compasivos, sensibles a los problemas de aquéllos con quienes estamos, entregados a sus situaciones. Y el compromiso, si es verdadero, nos hace transparentes, capaces de permitirle a Dios amar al hombre concreto a través de nuestro corazón.
El creyente ha de ser amigo de los hombres. La amistad es la forma más inteligible del amor a los demás. Una amistad hecha de gratitud y de compromisos concretos.
Hemos sido llevados al desierto para realizar en él el verdadero culto al Señor (Ex. 7,16), para ofrecer en él nuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como nuestro culto auténtico (Rom 12, 1-1)
En la ciudad hay muchos que gritan: “Dios ha muerto”, “Dios no existe más que en inconscientes enfermizos”, “Dios, no es mi problema”. Pero quien anda en la experiencia de Dios sabe que el hombre sólo es verdaderamente hombre en El: que la humanidad sólo estará madurada cuando sienta la necesidad del Esposo.
La ciudad destruye nuestras falsas imágenes de Dios. Somos nosotros los que hemos de balbucear en el Dios de Jesucristo, llegar a conocer de cerca al Señor, a descubrir como hoy vive entre nosotros. Hemos de aprender a caminar en la larga noche del desierto, dejándonos conducir por la Nube misteriosa de su presencia entre nosotros.
Se trata de escuchar, hacer silencio:
Y vuelve a tu corazón atento...
Yo te descubriré una doctrina pesada en la balanza
Y te haré conocer una ciencia exacta. (Ecl. 16, 12)
Hay que ponerse a caminar en medio del desierto sin cesar. Hay que hacer una parada larga de vez en cuando. Es necesario recuperar fuerzas, situarse bien en cada realidad, elegir las metas parciales del camino.
“Te seduciré, te llevaré al desierto y te hablaré al corazón” (Os. 2,16). El hombre necesita pararse para oír la voz de su corazón. En él habla Dios. Necesita pararse para discernir la sabiduría que viene de Dios y la sabiduría humana. Vemos escalas de valores distintos, escuchamos insinuaciones sutiles que pueden abortar nuestro servicio a los demás, nos encontramos con ídolos que nos fascinan o con fantasmas que nos asustan…. Los días de reposo, las horas de larga oración nos dan lucidez y la sabiduría.
Cada día, al iniciar la mañana, haz esta oración:
Mi Dios y Señor, entra dentro de mí.
Entra y ocupa hasta las raíces de mi ser.
Señor, tómame por completo.
Tómame con todo lo que soy,
lo que tengo,
lo que pienso,
lo que hago.
Acoge mis deseos más secretos.
Tómame en lo más íntimo de mi corazón.
Transfórmame en ti por completo.
Libérame de resentimientos, opresiones, rencores.
Retira todo eso, llévalo.
Lávame enteramente.
Borra todo, apaga las llamas.
Deja en mí un corazón puro.
¿Qué quieres de mí?
Haz de mí lo que quieras.
Yo me abandono en ti.
a) Escoge un lugar solitario. Toma una posición cómoda y una actitud orante. Construye el silencio: suelta recuerdos del pasado: suelta las preocupaciones del futuro. Deslígate de los ruidos y voces que escuchas a tu alrededor. Quédate en un presente simple, puro y despojado: sólo yo conmigo mismo. Entra lentamente en el mundo de la fe.
Toma una frase muy breve, a ser posible una sola palabra, por ejemplo ¡Señor!, o ¡Jesús!, o ¡Padre!, o alguna otra expresión. Comienza a pronunciarla suavemente cada diez o quince segundos. Al pronunciarla, haz tuya la frase, esto es, el contenido de la palabra, hasta que todas tus energías se identifiquen, impregnadas con la Presencia o Sustancia de la frase. Hazlo con suma tranquilidad y calma. Comienza a percibir como tu ser se puebla de esa presencia, comenzando por el cerebro, los pulmones, el corazón, las entrañas… Si te sientes bien, ve distanciando la repetición, dando cada vez más espacio al silencio.
Repite durante el día algún versículo de un salmo, v.g.: “O Dios, tú res mi Dios, por ti madrugo, mi garganta tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua” (Salmo 63,2). “Dios mío, atiende mi clamor, atiende mi suplica” (Salmo 61,2). “Piedad, Dios mío, que me refugio en ti” (Salmo 57,2). “Misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Salmo 51,3). “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Salmo 42,2).
4.2.- Alimentándonos con la Palabra
1) Preparación: La Palabra esperada. Estoy a la espera. Me pongo a la escucha. Disposición interior. Silencio. “Habla, Señor, que yo te escucho”
2) Lectura. La Palabra escuchada. Lee el texto con atención. Leer es escuchar en profundidad.
3) Meditación. La Palabra comprendida. El significado de la Palabra. ¿Qué dice, qué me dice? ¿Quién me dice?
4) Oración. Mi palabra responde a la Palabra. Se inicia mi diálogo con la Palabra. Ora el texto, brota viva la oración. “Escucha, Señor, que yo te hablo”
5) Contemplación. La Palabra encarnada. Epifanía. Ante la manifestación de Dios, me postro, adoro. Silencio ante la Palabra.
6) Discernimiento. La Palabra confrontada. Prolongo la escucha, discierno. Analizo. Distingo cuál es la voluntad de Dios. ¿Qué quieres, Señor, que haga?”
Los encuentros que puedes meditar:
Escribe, después de cada encuentro, aquello que haya llegado a tu corazón; interpelaciones, alabanzas, llamadas al compromiso, sentimientos, palabras íntimas, etc. Termina la oración de cada encuentro, dirigiéndote al Señor:
Señor, hazme descubrir detrás de cada rostro,
en el fondo de cada mirada, un hermano,
semejante a Ti, y al mismo tiempo,
completamente distinto de todos los otros.
Quisiera, Señor, tratar a cada uno a su manera,
como Tú lo hiciste con la Samaritana, con Nicodemo, con Lázaro...,
como lo haces conmigo.
Quisiera empezar, de una vez por todas y ya,
a comprender a cada uno en su mundo,
con sus ideales, con sus virtudes y debilidades,
también, ¿por qué no?..., ¡con sus chifladuras!
Ayúdame, Señor, a ver a todos como Tú los ves:
a valorarlos no sólo por su inteligencia, su fortuna o sus talentos,
sino por la capacidad de amor y de entrega que hay en ellos.
¡Que el “otro”, viéndome, te vea a ti, Señor!
Señor, que te vea detrás de cada rostro.
Jesús es llevado por el Espíritu al desierto. Allí aparece la tentación. Nosotros, en la vida, somos acompañados del Espíritu. Como Jesús (“tentado en todo a semejanza nuestra”), seremos tentados. Conviene conocer cuáles son nuestras tentaciones más habituales. La verdad de uno mismo es el punto de partida de cualquier proyecto vital. Escribe en tu libreta las tentaciones más habituales de tu vida.
Leeremos y meditaremos las tres tentaciones de Jesús: Lc 4, 1-13:
Esta tentación consiste e implica utilizar las cualidades que uno posee para el propio beneficio, en vez de ponerlas al servicio. Es vivir queriendo que todo sea “para mí”, queriendo incluso sacar provecho material de la relación con Dios.
Pregúntate ante el Señor: ¿cuáles son tus egoísmos más comunes?, ¿eres una persona que acumulas y te dejas llevar fácilmente por el consumo?, ¿vives deseando y queriendo que los otros se centren en tu persona?, ¿qué te impide vivir con solidaridad y amor? En casa, con tu familia ¿vives pensando en ti, que todos estén pendientes de ti, y a tu disposición, o actúas siendo servidor de los otros? Y en tu relación con Dios, ¿acudes a él para que te resuelva tus problemas, para que actúe en beneficio tuyo, para que se disponga a hacer tu voluntad?
Jesús se niega a utilizar el poder de Dios en provecho propio. Jesús, en su vida, les pedirá a los suyos que den de comer al hambriento, toma panes y peces y ordena repartirlos.
Pídele al Señor que te de la capacidad de compartir, de vivir pensando en el otro, y no en ti, de ser un servidor de los demás, de estar ante el Padre queriendo hacer siempre su voluntad. Repite muchas veces: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. “quiero servir a mis hermanos”
Es la tentación más atrayente. Dejarse arrastrar por el esplendor del poder y la riqueza impide la plenitud humana, que es el reino de Dios. Jesús la rechaza tajantemente. Nunca se deja atrapar por ella (Jn 6,15: se retira al monte al darse cuenta de que querían hacerle rey), y previene a sus discípulos contra toda ambición de preeminencia y dominio (Lee Marcos 9,33-37; 10,42-45). Jesús renuncia al mesianismo para dedicarse al servicio fraterno.
Es la tentación en la que buscamos ser “yo, sobre todo”. Y adoras al poder y al dinero, no importándote los otros hermanos, estando dispuesto hasta pisotear a otros si es necesario, para conseguir mis propósitos. O bien, me considero superior a los demás, con mis títulos, mis riquezas. Sin embargo, Jesús nos dice: “No llaméis a nadie maestro, padre, señor”, y nos invita al desprendimiento: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Es la tentación en la que buscamos ser “yo, sobre todo”. Y adoras al poder y al dinero, no importándote los otros hermanos, estando dispuesto hasta pisotear a otros si es necesario, para conseguir mis propósitos. O bien, me considero superior a los demás, con mis títulos, mis riquezas. Sin embargo, Jesús nos dice: “No llaméis a nadie maestro, padre, señor”, y nos invita al desprendimiento: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Pídele perdón al Señor por las veces que te has vendido al poder, a las riquezas, al dominio sobre los otros, por las veces que te has situado ante el otro con superioridad, orgullo y soberbia.
Jesús vence la tentación recordando el mandato bíblico: “no tentarás al Señor tu Dios”. Él vivió y realizó su misión sin ventajas, sin privilegios, sin seguridades. No tuvo medios materiales, ni poderes especiales. Tuvo que buscar, decidir, arriesgarse y luchar como cada uno de nosotros. No tuvo garantías. No sabía con claridad su camino. Lo tuvo que descubrir y realizar día a día. Y muchos le dieron la espalda.
Termina diciéndole al Señor:
Señor, desde el desierto de mis tentaciones elevo mi corazón para que me eches una mano. Siento hambre de tener cosas y más cosas, ayúdame a alimentarme del pan de tu Palabra para que te sienta cerca.
Siento el deseo de mandar sobre los demás. Dame tu Espíritu que me haga capaz de servirte sólo a Ti y a los que están de cerca de mí con un corazón nuevo.
Muchas veces quiero destacar, ser el mejor.
Dame la humildad de Jesús, sentirme pequeño, entre tus manos, acompañado por tu presencia en este lugar de desierto.
4.4.- Tomar conciencia de mi pecado, para acoger el don de la gracia.-
Abre mis ojos, Señor a tu rostro. Abre mi corazón. Abre mis oídos a tu presencia. El Señor se dirige a mí, como se dirigió en otro tiempo a las gentes de Jerusalén: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas, te llevo tatuada…” (Isaías 49, 15-16) Es así como me quiere Dios; me ama como una madre. Más, me ama con el amor que una madre no sabe amar y sólo él conoce.
¿Qué sitio tiene Dios en mi vida? Cuando tengo que decidir algo o que hacer algo o que emprender algo… ¿me acuerdo de él? ¿Qué lugar ocupa la oración en mi vida? ¿Qué hago de la eucaristía, de la oración personal, de la celebración de los sacramentos, del examen de conciencia? ¿Qué hago en mi familia en este punto de la oración? ¿Qué significa para mí la expresión “santificado sea tu nombre”?
Reconozco que muchas veces soy infiel, que me olvido. Es mi pecado. Pero Él es siempre fiel. Es su manera de amar. Dios tiene entrañas de misericordia. Dios es Dios de perdón. Me levantare, le diré: Perdóname… Quiero que me perdones por…
4.4.2.- Me pongo a la escucha de lo que quiere Dios de mí.
Moisés se dirigió al pueblo y les dijo: Poned por obra lo que mandó el Señor, vuestro Dios; no os apartéis a derecha ni a izquierda. Seguid el camino que os marcó el Señor, vuestro Dios, y viviréis, os irá bien y prolongareis la vida en la tierra que vais a ocupar” (Dt 5, 32-6,33) Es a mí a quien se dirige el Señor por medio de Moisés.
Dios me pide que ponga en práctica lo que he aprendido de su Hijo Jesús. ¿Cómo pongo en práctica los mandamientos de su amor?¿Busco la felicidad al margen de Dios? Por que soy así? ¿Qué es lo que busco realmente cuando voy por otros caminos? ¿Escucho en mi vida a Dios? ¿Qué es lo que me impide escucharle?
Reconozco que a veces soy como un loco, pierdo la cabeza y me dejo guiar sin razones. Experimento que, dentro de mí, se entabla una lucha entre el bien y el mal. Y el mal que no quiero es lo que hago. Me reconozco pecador. Y confieso que Dios es Padre y que Dios se complace en el perdón. Me levantaré, iré hacia él. Le diré: “Padre he pecado”
“Llevaban un paralítico sobre una camilla. Jesús, viendo su fe, dijo: Tus pecados quedan perdonados. Levántate. Toma tu camilla y vete de nuevo a casa” (Mt 9,2-8)
He dejado que en mi vida entre la mediocridad y vivo feliz en ella. Prefiero no pensar en nada.
En el fondo no creo de verdad en ti, Señor. No te grito, como el enfermo del evangelio. En el fondo pretendo salvarme con mis propias fuerzas. En el fondo no te grito porque no siento que tú pedas ser un Dios salvador mío.
En el fondo no creo de verdad en ti, Señor. No te grito, como el enfermo del evangelio. En el fondo pretendo salvarme con mis propias fuerzas. En el fondo no te grito porque no siento que tú pedas ser un Dios salvador mío.
Hoy reconozco Señor, mis pecados y grito desde el fondo de mi alma: “Señor, ten piedad de mí que soy pecador” Haz un recorrido por tus pecados y repite: “Señor, ten piedad…”
Hoy grito y te rezo:
“Heme aquí, Señor. Tú pasas por el camino, me llamas,
Me miras con amor y te detienes ante mí.
Me invitas a mirar al mundo con mirada nueva.
Tú me invitas a que cambie el corazón
Y a poner toda mi confianza en ti.
Tú me das la fuerza para ir hacia el sacerdote
Y decirle con sencillez:
“soy pecador”.
Hoy, Señor, reconozco que Tú has sido bueno conmigo,
Y me has mirado por dentro
Y has removido en mí las ganas de ser de otra manera,
Que estaban adormecidas”.
Hoy el Señor ha sido bueno conmigo y me has puesto en camino para vivir con un corazón nuevo.
Un dia de Desierto:
“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto” (Mc 1,12)
MOTIVACIÓN
Esquema para un día de desierto
La ciudad estaba habitada por pozos; se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar donde estaban excavados sino también por el brocal. Había pozos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra. La comunicación entre los habitantes de la ciudad sólo era de brocal a brocal.
Con la idea de tener lo mejor, los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos, y sofisticadas esculturas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad se le ocurrió aumentar su capacidad creciendo hacia lo profundo. Hacerse más hondo. Se dio cuenta de si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido... Al principio tuvo miedo al vacío, pero cuando vio que no tenía otra posibilidad, lo hizo. Vacío de posesiones el pozo empezó a sentirse más profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad se le ocurrió aumentar su capacidad creciendo hacia lo profundo. Hacerse más hondo. Se dio cuenta de si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido... Al principio tuvo miedo al vacío, pero cuando vio que no tenía otra posibilidad, lo hizo. Vacío de posesiones el pozo empezó a sentirse más profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: Adentro, muy adentro, y muy en el fondo, ¡encontró agua! Nunca antes otro pozo había encontrado agua... El pozo superó la sorpresa y empezó a humedecer las paredes, a salpicar los bordes y por último la sacó hacia afuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra de alrededor del pozo, revitalizada, empezó a despertar. La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel".Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.
-Ningún milagro, contestaba, hay que buscar en el interior, hacia lo profundo...
Muchos quisieron seguir su ejemplo, pero desecharon la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.
-¿Qué harás cuando se termine el agua?-le preguntaban.
-No sé lo que pasará, contestaba, pero por ahora cuanto más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma... Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro. Se abrió para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse de brocal a brocal, superficialmente, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto: La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tiene el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...
En todo desierto se esconde un pozo de agua.
Qué encuentras en el pozo de tu vida?
¿Qué agua mana?
¿Dónde llenas tu pozo?
¿Quien viene a beber a tu fuente?
“Cuando te mantienes en el reposo del pensar y del querer de tu existencia propia, entonces el oído, la vista y la palabra eternas se manifiestan en ti, y Dios escucha y ve por a través de ti” (Jakob Bohme).
En el desierto te encuentras a ti mismo:
En el desierto te encuentras a ti mismo:
El Espíritu te conduce hacia tu verdad desnuda, sin careta, en autenticidad, te hace consciente de tu fragilidad y pobreza. "Cuando me retiro, cuando estoy en soledad, cierro los ojos, no hay nadie alrededor mío, ningún ruido, ningún sonido. Escucho el murmullo del silencio. Y ese silencio es atravesado por gritos, por vociferaciones; son los animales que tengo en mí. En la soledad me veo. En la soledad me encuentro, me conozco” (Un cartujo del siglo XII).
El Espíritu te empuja hacia ese lugar solitario para hacerte comprender que lo que el mundo tiene por valores: dinero, poder, fama, comodidad, éxito no pueden colmar tu sed más profunda de eternidad, de felicidad, de amor. “Sólo Dios responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos” (GS 41).
Ora con el Salmo 24:
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú
eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
"¿Cuál es el mejor modo de encontrar agua? ¿Cavar cien pozos de un pie de profundidad o cavar uno solo e insistir hasta dar con el agua?" (Proverbio indio).
Lee despacio estos textos: en el desierto está la PALABRA para ser oída y sembrada en el corazón del ser humano:
Cuando Él dijo "Padre"..., el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces... La palabra estalló en el aire como una bengala..., y todos los árboles quisieron ser frutales y los pájaros decidieron enamorarse antes de que llegara la noche...
Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta: los lirios empezaron a parecerse a las trompetas y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano, bella como una muchacha enamorada...
Los hombres husmeaban un universo recién descubierto y a todos les parecía imposible pero pensaban que, aun como sueño, era ya suficientemente hermoso...
Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses tan aburridos como ellos..., serios y solemnes faraones..., atrapamoscas con sus tridentes de opereta...; dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres encendían una cerilla en sábado..., o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso...; dioses egoístas y pijoteros que imponían mandamientos de amar sin molestarse en cumplirlos... Vanidosos como cantantes de ópera..., pavos reales de su propia gloria a quienes había que engatusar con becerros bien cebados...
Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas bajaba (¿bajaba?) a ser Padre..., se uncía al carro del amor..., y se sentaba sobre la pradera a comer con nosotros el pan... Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimo..., que no desentonaba en las tabernas..., y ante quien sólo era necesario descalzar el alma...
Aquel día los hombres empezaron a ser felices porque dejaron de buscar la felicidad como quien excava una mina... No eran felices porque fueran felices..., sino porque amaban y eran amados..., porque su corazón tenía una casa..., y su Dios, las manos calientes... José Luis Martín Descalzo
¿Qué palabra dice Dios a tu vida?
¿Cuál es el nombre nuevo con el que Dios te llama?
Aprovecha las pausas de la jornada para aprender a vivir en el silencio. “No se trata de aprender a matar el tiempo. Hay que aprender a estar solo cada vez que la vida nos reserva una pausa. Y la vida está llena de pausas, que podemos descubrir o malgastar. En el día más pesado y más frío, qué maravilla para nosotros prever todos esos cara a cara desgranados. ¡Qué alegría saber que podemos levantar los ojos sólo hacia vuestros ojos mientras el caldo cuece, mientras suena el teléfono, mientras en una parada esperamos el autobús que no llega, mientras subimos la escalera, mientras vamos a buscar al extremo de la huerta algo para echar en la ensalada” (Madeleine Delbrel).
Acoge el consejo de un hermano: “Os voy a revelar un secreto de santidad y de felicidad; todos los días, durante algunos momentos, acallad la imaginación, cerrad los ojos a las cosas sensibles y los oídos al ruido para entrar en vosotros mismos; quita las sandalias de tus pies, y ahí, en el santuario del alma, que es el templo del Espíritu, hablar a este Espíritu” (Cardenal Mercier).
Del silencio brotan los gestos más bellos de solidaridad que siguen anunciando el reinado del amor“También cuando el cristiano se hace cargo de las necesidades del prójimo, como en el caso del buen samaritano, nunca se trata de una ayuda meramente material. Es también anuncio del Reino, que comunica el pleno sentido de la vida, de la esperanza, del amor” (Juan Pablo II).
La finalidad del desierto es estar al desnudo frente a Dios. Se requiere ir despojado lo más posible de todo lo accesorio. Cada vez que vayas a orar valora lo que de verdad eres y tienes, entra en tus esencias. Al desierto van los que no tienen miedo de encontrarse con la sorpresa de la propia verdad y la verdad del nuevo rostro de Dios.
Tómate tiempo... Piérdete durante algunas horas. No eres tan imprescindible, algún día dejarás de estar y el mundo seguirá adelante. Camina, no programes. Ponte al aire de Dios y déjate llevar. No programes...
Déjate sorprender y vive cada paso que das, ve despacio. No importa el terreno recorrido, sino la hondura y la paz que logres.
No olvides la Biblia, saborea lo que leas, entra en el texto.
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