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sábado, 11 de junio de 2011

"¿Quién es el Espíritu Santo?"


María en Pentecostés


El Espiritu Santo descendió sobre la Santísima Virgen y la enriqueció sin medida con sus dones, los cuales, por su mediación fueron también comunicados a los apóstoles, quienes reparten enseguida la gracia que les viene por María. De esta manera, los apóstoles son los ministros de María en la predicación del Evangelio. Por esto, la Iglesia la llama Reina de los Apóstoles y Trono de Sabiduría.


Los Hechos de los Apóstoles nos narran que María, en oración junto con los Apóstoles, debió ser testigo de la venida del Espiritu Santo el día de Pentecostés y los acontecimientos que vivió la Iglesia de Cristo (Hechos 2, 1; 3, 26).


El Nuevo Testamento no menciona en adelante a María, ni en los hechos ni en las epístolas. Se supone que su presencia como madre del Señor, su vida santa en oración y su ánimo, ejercía gran influencia sobre la Iglesia naciente. María a los cielos, que fue en la plenitud de su vida.

María y los Apóstoles esperan al Espiritu Santo. Ellos entendiero que no podían comenzar una misión tan dificil como la que Jesús les había encomendado mientras no hubieran recibido el Espiritu Santo y se habian preparado para ello. Solamente Pentecostés cambiaría su vida.

Los apóstoles, por indicación de la Madre, se reúnen a orar, como una necesidad para encontrarse con ellos mismos y con Dios Padre, a ejemplo de Jesús, que oró en el cenáculo, en el huerto y en la cruz misma.


El texto dice que oraban en compañía de María. Destaca la importancia de la oración en común, que agrada a Dios y de la constancia en la misma. El espiritu Santo no descendió sobre ellos hasta pasados siete díaz de contínua oración. Cuando estuvieron preparados, descendió en forma de lenguas de fuego que se paraban sobre cada uno de ellos. Después, sintieron un gozo inmenso, pues estaban llenos del espiritu Santo, de sus dones, gracia, y sobre todo del amor encendido y abrazador que él da.

La Santísima Virgen fue la primera en comprender la llegada del espiritu y, sin asustarse por aquellas señales que lo acompañaron, con mucho fervor, lo recibió, la volvió a colmar de nuevas gracias, de nuevos privilegios, y de un nuevo y más encendido amor.


El Espiritu Santo, en un instante, causó una transformación grande en los apóstoles: cambiados en otros hombres, los mismos que huyeron cobardemente hace algunos días, o negaron a Cristo como Pedro, o dudaron de las palabras del maestro, como los discípulos de Emaús y Tomás el incrédulo, eran personas distintas.


De cobardes, pasan a valientes; de débiles, a fuertes; de ignorantes y rudos, a dóciles y sabios; de envidiosos, que no aspiraban más que a los primeros puestos, a corazones llenos de ardiente caridad.


... "Y enseguida empezaron a hablar". Esto es a predicar, a comunicar el fruto del don que había recibido. "Hablaban de las grandezas de Dios".



María, Madre de Jesús desempeñó un papel decisivo en esos días que los apóstoles trataron de recapacitar sobre todo lo que habían visto y aprendido, y de definir el mensaje que debían de transmitir: Ella, único testigo de la anunciación y de la vida privada de Jesús, los ayudó a entender el misterio de su personalidad divina.


María no fue para Jesús simplemente "madre", en el sentido usual de la palabra en su región. Ella desempeñó, durante la vida de su Hijo, un papel importante y ejerció un poderoso influjo en el seno de la primera comunidad cristiana. Desde el punto de vista histórico, debemos tener en cuenta que María era una personalidad destacada.




"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. 
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, 
que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas 
como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos;
quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les concedía expresarse."
(Hch 2, 1-4)

Hay muchos conceptos erróneos sobre la identidad del Espíritu Santo. Algunos ven al Espíritu Santo como una fuerza mística. Otros entienden al Espíritu Santo, como el poder impersonal que Dios pone a disposición para los seguidores de Cristo. ¿Qué dice la Biblia acerca de la identidad del Espíritu Santo? Dicho de una manera sencilla, la Biblia dice que el Espíritu Santo es Dios. La Biblia también nos dice que el Espíritu Santo es una Persona, un Ser con una mente, emociones, y una voluntad.

El hecho de que el Espíritu Santo es Dios, es visto claramente en muchas partes de las Escrituras, incluyendo Hechos 5:3-4. En este versículo, Pedro confronta a Ananías por haber mentido al Espíritu Santo, y le dice que él “no había mentido a los hombres sino a Dios”. Es una clara declaración de que mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios. También podemos saber que el Espíritu Santo es Dios, porque El posee los atributos o características de Dios. Por ejemplo, el hecho de que el Espíritu Santo es omnipresente, lo vemos en Salmos 139:7-8 “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás”. Luego, en 1ª Corintios 2:10 vemos la característica de la omnisciencia del Espíritu Santo. “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios”. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”

Podemos conocer que el Espíritu Santo es en verdad una Persona, porque El posee una mente, emociones y una voluntad. El Espíritu Santo piensa y sabe (1ª Corintios 2:10). El Espíritu Santo puede ser afligido (Efesios 4:30) El Espíritu intercede por nosotros (Romanos 8:26-27). El Espíritu Santo hace decisiones de acuerdo con Su voluntad (1ª Corintios 12:7-11). El Espíritu Santo es Dios, la tercera “Persona” de la Trinidad. Como Dios, el Espíritu Santo puede funcionar verdaderamente como Consejero y Consolador, tal como lo prometió Jesús. (Juan 14:16, 26; 15:26).

El Espíritu Santo es una persona real que vino a vivir dentro de los verdaderos seguidores de Jesucristo después de que Jesús resucitara de la muerte y subió a los cielos (Hechos 2). Jesús dijo a sus discípulos...

"Y yo pediré al Padre que os envíe otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros. No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros." (Juan 14:16-18)

El Espíritu Santo no es superficial ni una sombra celestial, tampoco una fuerza impersonal. Es una persona igual del mismo modo que Dios el Padre y Dios el Hijo. Es considerado el tercer miembro de la trinidad. Jesús dijo a sus apóstoles...

"Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28: 18-20)

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y todas las cualidades divinas atribuidas al Padre y al Hijo, son igualmente atribuidas al Espíritu Santo. Cuando una persona nace de nuevo por creer y recibir a Jesús (Juan 1:12-13; Juan 3:3-21), Dios habita en esa persona a través del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16). El Espíritu Santo tiene intelecto (1ª Corintios 2:11), emoción (Romanos 15:30), y voluntad propia (1ª Corintios 12:11)

La función principal del Espíritu Santo es ser el testigo de Jesús (Juan 15:26; 16:14). Él habla a los corazones de la gente la verdad de Jesús. El Espíritu Santo además actúa como maestro de los cristianos (1ª Corintios 2: 9-14). Les revela la voluntad de Dios y la verdad de Dios. Jesús dijo a sus discípulos...

"Pero el Espíritu Santo, el Defensor que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho." (Juan 14:26)

"Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder." (Juan 16:13)

El Espíritu Santo ha sido dado para vivir dentro de quienes creen en Jesús, con la función de reflejar el carácter de Dios en la vida de un creyente. De forma que no podamos hacerlo a nuestra manera, el Espíritu Santo impartirá en nuestras vidas amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5:22-23). Por encima de intentar ser amado, paciente, amable, Dios nos pide que dependamos en Él para que reflejemos estas cualidades en nuestras vidas. De esta manera, los Cristianos lo llaman vivir en el Espíritu (Gálatas 5:25) y ser llenados con el Espíritu Santo (Efesios 5:18). Y el Espíritu Santo da las fuerzas a los cristianos para cumplir los tareas o misiones ministeriales que dan lugar al crecimiento espiritual en los Cristianos (Romanos 12; 1ª Corintios 12; Efesios 4)

El Espíritu Santo además hace una función para los no son cristianos. Él los convence hablando directamente a los corazones de la gente de la verdad de Dios respecto a que son pecadores -y que necesitan el perdón de Dios; la honradez de Jesús - Él murió en nuestro lugar, por nuestros pecados; y que Dios juzgará al mundo y aquellos que no le conocen (Juan 16: 8-11). El Espíritu Santo habla directamente a los corazones y mentes, pidiéndonos que nos arrepintamos y nos volvamos a Dios para que nos perdone y nos dé nueva vida.

Carta del Espíritu Santo


Querido amigo: PAZ y BIEN.

¿Cómo te sientes? ¿Cómo te encuentras? Recibe esta sencilla carta con la que quiero hacerme más presente en tu vida y ayudarte a descubrir cómo actúo en tu corazón.

Son demasiados los cristianos que se contentan todavía con orar únicamente al Espíritu Santo cuando tienen que tomar una decisión importante... ¡O cuando tienen que pasar un examen difícil! ¿Te encuentras tú entre ellos? ¡Qué lamentable reducción de su papel!

Si la vida cristiana merece ser llamada vida “espiritual” es por ser una vida suscitada y mantenida por el Espíritu.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, habito en ti? Eres tan hijo de Dios que el Padre te concede exactamente el mismo don que hizo a su Hijo amado. No cesa de enviarme a ti, que soy el beso perpetuo del Padre a sus hijos. Eres mi templo vivo. Por eso, debes cuidarte mucho, en todos los sentidos. Y, también, a los demás.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te divinizo? Mi presencia en ti es dinámica, transformadora. Por mí, el Padre te hace partícipe de “la naturaleza divina” (2P 1, 4), te comunica su propia vida (Cf. Jn 3, 3-5). Esta transformación del fondo de tu ser te vuelve “gracioso” a los ojos del Padre y capaz de complacerle de verdad.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te purifico? ¿A que es verdad que necesitas renovarte, convertirte, purificarte? Porque no vives siempre como debiera un hijo de Dios. Te purifico ayudándote a reconocer tu verdadera culpabilidad ante Dios (Cf. Jn 16, 8-10). Suavizo tu corazón para que no persistas en tu orgullo. Curo tus heridas y renuevo el fondo de tu corazón. Los sacramentos son auténticos baños de juventud que te invitan a dejarte rejuvenecer. ¿Recuerdas esta oración, tomada de la liturgia de la Iglesia, con la que me pides: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te animo? Estoy al principio de tu fe. Decía Pablo a los corintios: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es en el Espíritu” (1 Cor 12, 3). También decía Jesús a sus apóstoles que nadie puede ir a Él sin que le traiga el Padre. Es decir, sin el Espíritu que el Padre te envía para que te proyecte hacia su Hijo Jesús. Estoy al principio de tu esperanza. Decía Pablo a los romanos: “Que sobreabunde la esperanza en vosotros por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). Gracias a mí puedes vivir intensamente el momento presente y afrontar y vencer las tentaciones cotidianas y frecuentes de la vanidad, el desánimo, la inquietud o la angustia. También estoy al principio de tu caridad. Gracias a mí puedes amar al Padre con todo tu corazón y ofrecerte a El. Gracias a mí también puedes amar a Jesucristo y amar a tus hermanos, con el mismo corazón de Dios, con ese “corazón nuevo” que pides que Dios te dé. Por último, estoy al principio de tu conducta moral. Gracias a mí puedes vivir las Bienaventuranzas evangélicas. Puedes vivir algunos de estos frutos (del Espíritu Santo), de los que habla Pablo: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo te ayudo a orar? Soy, de manera especialísima, el animador de tu vida de oración, porque “nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Te ayudo, cuando oras, a acogerme como el don que el Padre te da por su Hijo Jesús. Entonces tu oración se vuelve apertura al amor del Padre. Y te dejas invadir por el río de agua viva que viene del Padre y pasa por su Hijo Jesús. Te ayudo, cuando oras, a dejarte llevar por el impulso del Hijo hacia el Padre, que te hace repetir con amor y confianza: “¡Abba! ¡Padre!”. En lo más hondo de ti me uno a tu corazón para que puedas exclamar: “¡Abba! ¡Padre!”. Te invito, al orar, que me acojas como el que viene a colmar tu corazón y a regenerarlo. Y, también como el que te lleva al Padre.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te impulso con mis dones? ¿Percibes, en el fondo de tu corazón, mi impulso? ¿Te sientes movido por mi? Decía Pablo a los romanos: “Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que están movidos por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14). Si lo percibes y lo sientes, te darás cuenta de que ya no hace ninguna falta que remes con la fuerza de tus puños para avanzar hacia Dios: el Viento sopla las velas de tu vida. La tradición cristiana llama dones (del Espíritu Santo) a estas velas que, bien desplegadas, te permiten aprovechar plenamente mis invitaciones y sugerencias. Estos dones son, también, radares, unas antenas muy finas que te permiten captar nuevos mensajes. Antenas que funcionan tanto mejor cuando lo hacen a menudo. Eso supone que has de estar a la escucha de mis enseñanzas interiores que sólo se revelan a los corazones que son muy sencillos y que están persuadidos de no merecer nada. El silencio de la oración te ayudará a todo esto.


¿Has tenido la experiencia, alguna vez, de que te “golpeara” algún pasaje del Evangelio con una enorme fuerza? ¿Qué pasó en ese momento? Fui yo el que hizo resonar en tu corazón esas palabras de Jesús, que tu memoria había grabado sin concederle mucha importancia. Fui yo el que provocó ese cambio profundo en tu existencia.


Si quieres crecer en la vida cristiana debes dejarte invadir y transformar cada vez más por mi. Sintiéndote lleno de mí puedes lanzarte hacia Dios y hacia tus hermanos con un gran corazón dilatado.

¿Sabes cuáles son mis dones? Recuerda lo que decía el profeta Isaías: “Brotará un retoño de la cepa de Jesé (padre del rey David). Sobre él reposará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de conocimiento y de temor de Dios” (Is 11, 1-2).

Con el temor filial quiero que descubras tu condición de criatura necesitada. Que experimentes la bienaventuranza de los pobres de espíritu. Que te llenes de sencillez. Que desees evitar todo aquello que ofenda la infinita ternura que Dios te tiene.

Con la piedad filial quiero que avances hacia Dios con sencillez y confianza. Sin ningún temor y lleno de gozo.

Con el consejo quiero que aprendas a discernir espiritualmente, a ver lo que tienes que hacer para complacer a Dios. A saber acompañar a los demás en su búsqueda de Dios.

Con la fortaleza quiero comunicarte la energía misma de Dios para que sepas combatir en la lucha diaria, buscando cumplir la voluntad de Dios. Con ella sabrás vivir y afrontar todas las dificultades.

Con la ciencia quiero que aprendas a ver a Dios actuando en el mundo, en la naturaleza y en los acontecimientos de la historia. También, que descubras su providencia obrando en el mundo y actuando en tu vida.

Con la inteligencia quiero que comprendas mejor los misterios de Dios. Que sepas leer e interpretar los mensajes de amor de Dios. Que llegues a la Verdad. Dios desea que descubras su amor a través del gran libro de la naturaleza y de la historia, pero también y sobre todo a través de los libros de la Biblia.

Con la sabiduría quiero que gustes el sabor de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Salmo 34 (33), 9). Dios quiere que gustes en lo más hondo de tu corazón la alegría de estar invadido por mí.

El Espíritu de Dios


EL ESPIRITU SANTO
SU DIVINIDAD: PROCEDE ETERNAMENTE DEL PADRE Y DEL HIJO

Los cristianos confesamos con la Iglesia que el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísma Trinidad, distinta del Padre y del Hijo, de quienes procede eternamente.

Ya en el Símbolo de los Apóstoles se confiesa esa fe en el Espíritu Santo, Persona de la Trinidad distinta del Padre y del Hijo. En el Antiguo Testamento se habla de Él veladamente (Salmo 104,30; Isaías 11,2), pero es el Nuevo Testamento quien lo revela con claridad, declarando expresamente su divinidad.

En los Hechos de los Apóstoles leemos lo que San Pedro dijo a Ananía: "¿Por qué dejaste que Satanás te dominara y te hiciera mentir al Espíritu Santo?...No has mentido a los hombres sino a Dios" (Hechos 5,3).

Como una consecuencia, el Espíritu Santo (por ser Dios, igual al Padre y al Hijo) merece la misma adoración. Por su consustancialidad con el Padre y el Hijo (es la misma sustancia divina), hay una identidad en el honor y la gloria que los hombres le debemos.

a) Es una Persona Divina que procede del Padre y del Hijo

Decimos que el Espíritu Santo es Persona Divina, y no un atributo o virtud divina impersonal. El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta del Padre y del Hijo, como queda manifiesto en la fórmula Trinitaria del bautismo (Mateo 28,19), la teofanía del Jordán (Mateo 3,6) y el discurso de despedida de Jesús.

b) Sus nombres

En realidad, las palabras "Espíritu Santo" pueden también aplicarse con razón al Padre y al Hijo, pues ambos son espíritu y santos. También se pueden aplicar a los ángeles y a las almas de los justos, y por eso debe evitarse el error al que puede llevar la ambiguedad de estas palabras: la Iglesia aplica este nombre a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, según se toma de la Sagrada Escritura, porque el Espíritu Santo carece de nombre propio. Le llamamos así porque procede del Padre y del Hijo por vía de espiración y de amor.

Se le pueden también aplicar otros nombres, por ejemplo: el nombre de Paráclito, que significa Consolador o Abogado , y abunda en el sentido de que es una Persona real. Por eso se le atribuyen acciones que sólo realizan los seres personales, como ser maestro de la verdad, dar testimonio de Cristo, conocer los misterios de Dios (Juan 16,13; 1 Cor 2,10).

EL ESPIRITU SANTO ASISTE A LA IGLESIA



El Espíritu Santo:

a) Iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los transformó de ignorantes, en sabios (Hechos 2,1-5).

b) Fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de la doctrina de Cristo, que todos sellaron con su sangre.

El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a la cual enseña, defiende, gobierna y santifica.

--Enseña, ilustrándola e impidiéndole que se equivoque, por eso Cristo lo llamó "Espíritu de la Verdad" (Juan 16,13).
--La defiende, librándola de las asechanzas de sus enemigos.
--La gobierna, inspirándole lo que debe obrar y decir.
--La santifica con su gracia y sus virtudes.

Es muy significativo que los Apóstoles, en el primer Concilio, en Jerusalén, invocaron la autoridad del Espíritu Santo como fundamento de sus decisiones: "Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros..." (Hechos 15,28).

Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia hay muchos:

--Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas.
--Siempre se han desencadenado contra ella graves males, pero entonces suscita eminentes varones que los contrarresten.
--Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables, y han tenido un fin desastroso.
--Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.

Su acción en la Iglesia es permanente: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros eternamente" (Juan 14,16). Tal fue la promesa de Cristo.




EL ESPIRITU SANTO VIVE EN EL ALMA EN GRACIA


En nuestra santificación intervienen las Tres Personas divinas, porque el principio de las operaciones es la naturaleza y en Dios no hay más que una sola Esencia o Naturaleza. Por ser el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación la obra fundamentalmente del Amor de Dios, es por lo que la obra de la santificación de los hombres se atribuye al Espíritu Santo.

La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los sacramentos. Son, pues, los medios de salvación a través de los cuales nos santifica, principalmente, el Espíritu Santo.

Cuando el alma corresponde con docilidad a sus inspiraciones, va produciendo actos de virtud y frutos innumerables. San Pablo ennumera algunos como ejemplo: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, modestia, continencia, castidad (Gálatas 5,22), derramando abundantemente su gracia en nuestros corazones.

--Habita en el alma y la convierte en Templo suyo (1 Corintios 3,16).
--La ilumina en lo referente al conocimiento de Dios.
--La santifica con la abundancia de sus virtudes, gracias y dones.
--La fortalece en el bien y reprime sus malas inclinaciones.
--La consuela, por eso es llamado Espíritu Consolador.

Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre ellos se pueden entresacar algunos.:

--"Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Juan 14,26).
--"Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (1 Corintios 6,11).
--"El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir, Él mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Romanos 8,26).


Tratar al Espíritu Santo



Si el Espíritu es el santificador de nuestras almas, es necesario que los hombres nos esforcemos en conocerle, tratarle y seguir sus enseñanzas, demostrando así que le queremos.

El trato continuo con el Espíritu Santo aumenta nuestro amor, y en consecuencia nos facilita el seguir con docilidad sus enseñanzas.

Nuestros deberes para con Él son:

--Presentarle nuestros homenajes de adoración y amor.
--Pedirle sus virtude s y sus dones, tan importantes en la vida cristiana.
--Evitar cuanto pueda disgustarlo, y sobre todo el expulsarlo de nuestra alma por el pecado mortal: "No contristéis al Espíritu Santo" , nos alerta San Pablo (Efesios 4,30).

Tenemos, pues, una estricta obligación de alejar nuestro cuerpo y nuestra alma de toda impureza, por respeto al Espíritu Santo, que mora en ellos.




Acto de Consagración
al Espíritu Santo




De rodillas frente a la gran multitud de testigos celestiales me ofrezco, en alma y cuerpo, a Ti, Eterno Espíritu de Dios. Adoro la brillantez de tu Pureza, la inequívoca precisión de tu Justicia, y el poder de tu Amor. Tú eres la Fuerza y la Luz de mi alma. En Ti yo vivo, me muevo y soy. Deseo no contristarte nunca por la infidelidad a la gracia, y ruego con todo mi corazón apartarme del mínimo pecado contra Ti. Misericordiosamente cuida de mi íntimo pensamiento y concédeme que pueda siempre observar tu Luz, escuchar tu Voz, y seguir las inspiraciones de tu gracia. Yo me aferro a Ti y me entrego a Ti y te pido, por tu Compasión, que me cuides en mi debilidad. Sosteniendo los pies traspasados de Jesús y viendo sus Cinco Llagas, y confiando en su Preciosa Sangre y adorando su Costado y su Corazón Abierto, te imploro, Adorable Espíritu, Ayuda de mi enfermedad, mantenme en tu gracia, que nunca peque contra Ti. ¡Dame la gracia, Oh Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, de decirte siempre que sí en todo tiempo y lugar. "¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!" Amén.



Oración al Espíritu Santo.



Oh, Señor Jesucristo, que antes de ascender al cielo prometiste enviar al Espíritu Santo para completar tu obra en las almas de tus Apóstoles y discípulos, dígnate concederme el mismo Espíritu Santo para que Él perfeccione en mi alma la obra de tu gracia y de tu amor. Concédeme el Espíritu de Sabiduría para que pueda despreciar las cosas perecederas de este mundo y aspirar sólo a las cosas que son eternas. El Espíritu de Entendimiento para iluminar mi mente con la luz de tu divina verdad. El Espíritu de Consejo para que pueda siempre elegir el camino más seguro para agradar a Dios y ganar el Cielo. El Espíritu de Fortaleza para que pueda llevar mi cruz contigo y sobrellevar con coraje todos los obstáculos que se opongan a mi salvación. El Espíritu de Conocimiento para que pueda conocer a Dios y conocerme a mí mismo y crecer en la perfección de la ciencia de los santos. El Espíritu de Piedad para que pueda encontrar el servicio a Dios dulce y amable. Y el Espíritu de Temor de Dios para que pueda ser lleno de reverencia amorosa hacia Dios y que tema en cualquier modo disgustarlo. Márcame, amado Señor, con la señal de tus verdaderos discípulos y anímame en todas las cosas con tu Espíritu. Amén.

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